De mi campera de cuero -colgada en una silla- nace un sonido que, a pesar de ser aplacado por la puerta cerrada y la distancia, supo saber colarse en mis sentidos. Un timbre mas que conocido (no por su cotidianeidad, sino por su significado, lejos de su estética comercial), un sonido que inmediatamente junta los retazos de humildad y se dispone a tirarlos a la basura, esperando que el recipiente tenga mejor predisposición hacia ellos.
Un solo mensaje, críptico, que por alguna razón hablaba de hadas, tal vez duendes. No lo puedo reescribir (tal vez sea el miedo a recordar un sentido oculto dentro de mi expectación subconsciente).
Una sincera sonrisa destroza mi entumecida gestualidad. No hacia falta mirar el emisor. Su turbia lírica (que admito, descifré con regocijo) arengaba su imagen en realidad poco verosímil.
Seducido por su forma evasiva (y por sobre todo, estúpidamente elocuente) forma de entregarse, no había dudas, estaba en mis manos y con ganas de dejarse perder.
Su forma de mezclar praxis rutinaria, mera casualidad y predisposición a una segunda oportunidad, era realmente apetecible.
Giro hacia el sillón, dos amigos mirando televisión, implacables y sometidos a su tamaña tarea (casi hazañosa diría yo), se voltean para escuchar algo que por mi mueca sobrada (la del 7 de espadas y un poco de ancho de basto) serian buenas noticias.
- Era algo obvio, se tenía que dar así, no quedaba otra.-
Con aplausos acompañados por sus cabezas aprobativas ellos asintieron mi actuar.
Buscaba al menos que inquirieran acerca de mi proeza, pero bueno, con los amigos no se reparten dudas, solamente se adeudan en una cuenta que no necesita ser pagada.
El mismo sonido nuevamente (esta vez mas vago y pero tal vez con mas entusiasmo), me levanto de la cama para encontrar que en mi campera no contenía noticias, ni mensajes, y el buzón estaba cotidianamente vacío.
Dubité intentando recordar números, “es la del medio” pensé, mientras un escalofrío de gozo mezclado con malestar me hizo dejar el teléfono nuevamente en el bolsillo de mi campera.
En el sillón no estaban mis amigos, solo unas barritas de chocolate que comía con desgano, unos libros que leí por inercia y otros tantos que no por su ambigua procedencia. También desparramada en el sillón estaba mi guitarra, que solo el azar dictaba tocarla y solo ella me polarizaba, verla así tirada y desgastada me hacia esperar un momento mas idóneo para disfrutarla.
Y con pocas nuevas opciones solo me quedaba recordar el sueño, y la característica del medio por ser juzgada.
Ésa que no se sabia definir como buena o mala, gran amante poco amada o fiera compañera de palabras tergiversadas.
De esas cosas que amarías odiar.
Le daba valía a mi honestidad y orgullo a mis mentiras.
No solo era su naturaleza ambigua y desconocida, sino también su posicionamiento en mi vida. Que es importante no es secreto, el desprendimiento era su incógnita.
Si quisiera desterrarla, al volver no sería lo mismo y al querer abrazarla no sabría como va a reaccionar.
Siempre la misma, hasta se dio el lujo de sembrar completamente ese sueño.
¿Sería por su empatía que sabe ya no me es servicial, y pelea con sus pocas armas por quedarse, dándose la razón una vez más?
Y yo cansado de la misma discusión, decido hacerle algo de caso.
Marcar un número y esperar que se conteste el llamado haría su poca virtud trivial algo vano.
Decido ver que otras cosas me tira la vida, dispuesto a acceder (mientras ella me deje).
Total por algo la vengo cargando hasta ahora.
Es la característica del medio, y eso no es poca cosa.